Como todos los años, el 31 de octubre, día de Halloween por la noche, Inés salió de su casa vestida de negro, con una mochila sobre la espalda, dirección al cementerio. Andaba deprisa, mirando a todos los lados. No quería que la siguieran. Este ritual que se había hecho costumbre con el tiempo, era un secreto que jamás revelaría a absolutamente nadie.
Llegó al cementerio, y buscó esa esquina escondida, liberada de tumbas, donde la única compañía que había eran un par de hojas secas y barro a raudales. Volvió a mirar a su alrededor y comprobó que estaba sola. El cementerio parecía r vacío. Un poco extraño, por el día que era, pero mucho mejor para ella.
Bajó la mochila al suelo, y la abrió. Sacó las veintinueve velas que guardaba en su interior y las colocó en circulo. Del bolsillo de su pantalón, cogió un mechero, y una a una fue encendiendo las velas. Después, volvió a introducir las manos en la mochila para ahora sacar un marco con la foto de un chico joven, moreno y de ojos celestes. Le dio un beso cargado de sentimiento, y se arrodilló justo en el centro del círculo decorado con velas donde dejó la foto frente a ella. Cerró los ojos y recitó unas letras que había escrito ella misma, pero que se sabía de memoria.
Un rato largo después, Inés seguía en la misma posición, en silencio, observando aquella fotografía de la persona que tanto había amado. Pero, de repente, unos pasos la alertaron. Sin moverse del círculo, giró la cabeza y miró hacia todos los lados, pero al no ver a nadie, se dijo que eran productos de su imaginación. Volvió a concentrarse en la foto, y durante unos segundos, el silencio se hizo más profundo, pero, de pronto, esos pasos volvieron a escucharse más cerca. El corazón de Inés volvió a palpitar. Los pasos se acercaban más, y cuanto más se acercaban más tensa estaba Inés. En un impulso, cogió la foto y se la llevo al pecho como si ese hecho pudiera protegerla.
_ ¡Vaya, vaya! Nunca pensé que mi compañera de clase que apenas me dirigía la palabra, hiciera conjuros con mi foto.
Inés sobresaltada, se giró lentamente. Ahí, de pie, con una pequeña sonrisa que se dejaba ver gracias a las velas, estaba el mismo chico de la foto, pero con rasgos más maduros.
_ ¡Gabriel! _Inés se golpeó la cabeza a la vez que cerraba fuertemente los ojos, pensando que lo estaba imaginando. _ ¡No puede ser!¡Tu estas muerto!
Gabriel entró en aquel circulo y al tiempo que acariciaba las manos a Inés, y le levantaba la barbilla, confesó;
_Inés, no me tengas miedo. Estoy tan vivo como tú. Tuve que fingir mi muerte para que ese ser tan endiablado que se hace llamar padre, no me matara antes. Y todos estos años, te observaba en las mismas circunstancias que hoy. No quería que te asustaras, pero hoy, no he podido más. Necesitaba acercarme. Eres la única persona que al parecer me extraña.
Inés, más tranquila, acaricio el rostro de Gabriel para comprobar que era él de verdad, y ambos sonrieron. No hicieron falta palabras. Gabriel la tomó de la mano, y ambos se levantaron y salieron del círculo, caminando hacia ese lugar donde nadie los encontraría jamás.
Tercer ganadora concurso relatos Halloween 2021 - Sandra Hernández
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