Por fin vuelve a ser Halloween, la fiesta favorita de Iván desde que tiene uso de razón. De niña, jamás celebré tal festividad porque no era común disfrazarse por el vecindario, y mucho menos llamar a los timbres en busca de dulces y chocolates; pero con Iván siempre ha sido distinto, los niños y niñas de la comunidad quedan por la zona cada año para disfrutar de la animada noche y contarse cuentos de terror. Pero este año no han contado con mi hijo para disfrazarse todos juntos, y seguramente sea por el accidente de hace unos meses. Aquel coche le desfiguró completamente el rostro, y después de la cirugía no parecía ser el mismo niño de ocho años de antes. Está irreconocible. Nadie vendrá, mamá – dice el pequeño apoyado sobre la ventana, vestido de esqueleto – Les doy miedo, y la gracia es asustarse sin verdaderamente sentir miedo. Están mejor sin mí, no me quieren. No importa. Algo se estremece dentro de mí al oír tales palabras y ser cómplice de su triste mirada vidriosa. Cariño – le respondo con dulzura - ¿Y si tratas de salir? Vamos, son tus amigos. Seguro que se alegrarán de verte. Me acerco a él despacio y trato de pasarle la mano por su despeinada cabeza, pero este rechaza mi gesto y vuelve a mirar por la ventana, observando cómo algunos de los jóvenes se lo pasan en grande gritando y correteando sin pausa. No sé cómo animarle a salir, pero quiero conseguirlo. Al fin y al cabo, no es más que un niño. Iván - le insisto, una vez más – No debes castigarte por lo que ocurrió aquella mañana. Tú no tuviste la culpa de nada y mereces divertirte como todos los demás. Para mi asombro, repentinamente abre sus brazos y me insta abrazarlo. Yo lo siento sobre mi regazo y trato de calmar sus sollozos hasta que pueda sentirse algo mejor. Todo parece funcionar hasta que súbitamente dejo de oír el escandaloso ruido de la calle y tengo la extraña sensación de que estamos siendo observados. Al asomarme, me encuentro con muchos padres del colegio mirándome con asombro, atónitos. La puerta de casa se abre y oigo los pasos de Marcos acercarse al comedor, donde nos encontramos nuestro pequeño y yo. Pero este para en seco y me mira horrorizado. -- Me… Me dijiste que no lo harías. Me juraste que no lo harías. Es nuestro hijo, Marcos – contesto cortante - A pesar de su aspecto, sigue siendo nuestro hijo. Marcos cae sobre sus rodillas y empieza a gritar desesperado. Me limito a cubrir los oídos de Iván, mientras este pierde su mirada en la mía. Tras unos minutos de silencio, Marcos se recompone, coge aire y se acerca a mí con lágrimas en los ojos. No puedes seguir así, mi vida. Sabes que Iván no superó la operación. Ahora, dame el cuerpo y deja que lo lleve a donde pertenece. Vamos, por favor.
Segunda ganadora Concurso relatos Halloween 2021 - Drea García
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