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Navidad en el puesto de flor - Calista Sweet


El puesto más visitado del mercado navideño resultaba, sin duda alguna, el de los besos. Tanto que ya se disparaban en las quinielas las apuestas a favor de Flor, su dueña, como ganadora del honroso título de mejor vendedora de la temporada.

Flor servía su mercancía de lunes a domingo, desde que salía el sol hasta la caída de la tarde: besos de diferentes sabores, de colores impensables, incluso de olores varios. Tenía besos personalizados según el destinatario: besos para galanes incorregibles, besos para jovencitos desaforados y para tímidos imposibles. Besos para chicas inexpertas y besos para maduras amas de casa a la caza de sensaciones nuevas.

Despachaba también besos de padre, de abuela, de amigo o de simple conocido; besos de mascota, besos de mar, de viento y de sol; también besos de distinta velocidad, desde los muy rápidos a los más lentos del mundo, besos que eran como suaves caricias que apenas rozaban el rostro y besos profundos, largos e inolvidables como una noche bajo las estrellas. Tenía, por supuesto, besos navideños. Estos eran los más demandados porque sabían a mazapán y a villancico y todo aquel que los probaba se sentía invadido por el espíritu navideño ofreciendo a sus vecinos muestras de solidaridad y esperanza.

Flor vendía, en definitiva, besos heterogéneos y, en algunos casos, radicalmente opuestos, pero todos deliciosos hasta decir basta. Aunque lo mejor de la cuestión era el modo en que Flor los servía, pues utilizaba una suerte de tarjetas floridas y perfumadas capaces de robarle a uno el sentido, y ahí es donde, según comentaban los entendidos, radicaba el secreto de su éxito.

Algunos aseguraban que Flor había nacido para dedicarse a besar, que siempre permanecería detrás de aquel mostrador, mercadeando con sus labios e inventando nuevos productos con los que sorprender a su clientela. No obstante, una tarde de finales de diciembre sucedió algo que cambió de modo radical el destino de Flor. La chica estaba a punto de cerrar el puesto, aquel día había repartido besos hasta quedarse sin aliento. La habían visitado los dos grupos de escolares cuyos autobuses se habían detenido en el pueblo de camino a la montaña; Pilar, la pescadera, y sus dos hijas; Tomás, el capitán de la guardia civil; Rosalinda, la alemana y Antúnez, junto a otras dos familias, además de unos cuantos curiosos que, después de combatir las reticencias iniciales, se habían atrevido a degustar el producto.

Un apuesto forastero se dirigió hacia la tienda y la abordó con desparpajo y su arrojo fue tal que, en menos tiempo del que se tarda en decir mu, le había arrebatado a Flor un beso. Era la primera vez que no tomaba ella la iniciativa y le resultó una experiencia extraña a la vez que estimulante. Aquel beso desconocido tenía un regustillo a promesas, a paseos bajo la luz de la luna, a aventuras, a caricias robadas, a hogar y a familia y suponía para ella, que se jactaba de ser una experta besadora, una auténtica novedad. En su negocio no había dispuesto jamás de besos de tal categoría. Uno apenas le pareció suficiente; decidió reservárselos todos para ella y así se lo expuso al forastero, que aceptó de buena gana tras regalarle una sugerente sonrisa.

Desde aquel día Flor se vio obligada a colgar en el escaparate un letrero que rezaba «Cerrado por vacaciones» y que todavía hoy, treinta navidades después, sirve para disuadir a los cazadores de besos de su propósito de probar uno de los famosos besos especiales de boca de Flor.


Primera ganadora Concurso de Relatos Navideños 2022 Calista Sweet.

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